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domingo, 26 de abril de 2009

El relato de la Luna y la Mujer

Me aviso la Luna de antemano, me dijo que entre todas las personas de la angosta discoteca, tus ojos se sumergirían en los míos, un momento; que el volumen de la música no sería capaz de ensordecer nuestra instantánea conversación ocular. Me previno que ningún cuerpo se interpondría entre los dos cuando me acercase y que ninguna luz haría sombra a tu tímida sonrisa en ese momento. Me hablo del calor, de la fusión apasionada de dos labios, de las lenguas combatiendo más a vida que a muerte por conquistar la boca del rival. De tu piel violada por mis manos y de tus manos volando por mi piel. No había instrumento con la suficiente precisión para que midiese la distancia que nos separaba en el autobús, a cambio fue pródiga en detalles al hablar de la impaciencia de la llave en meterse en la cerradura de tu casa, del baile de tus ropas al caer, del edén prefabricado con sábanas y un somier. Por pudor, calló sobre nuestras respiraciones acompasadas, sobre tus gemidos al terminar, sobre nuestros cuerpos aun temblorosos y sobre las palabras que sobraron tras compartir una mirada. Concluyó con palabras sobre la madrugada de dos almas desnudas satisfechas y abrazadas.

Sin embargo, omitió esta celosa y engañadiza Luna que yo estaría pensando, ausente y con la mirada perdida, en las promesas de la Luna, en el instante en que nuestras miradas se tenían que cruzar.



NACHO HIDALGO

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