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ninguno programado

sábado, 26 de noviembre de 2011

Pereza


Pereza, insaciable pecadora
prolífica autora de tareas pendientes
y demoras, amiga y traidora.
No me dejes solo,
que la mierda se acumula.
Imploro ayuda
y me regalas tiempo libre,
distracciones,
acciones detenidas
indefinidamente.
¡La vida es tan difícil...!
Tú me entiendes.
Estoy harto de decirte
que te vayas y te quedes
cuando mejor te venga...
Necesito descansar,
solo un momento,
de tu ausencia.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Nada más

Ya no caben más suspiros en nuestra caja de Pandora
ya no caben más truenos en nuestra urna de cristal
ya no caben tantas bocas olvidadas desnutridas
sólo cabe algún grito y las ganas de llorar.

Ya no caben tantos ciegos que gobiernan tantos mundos
ya no cabe la ignorancia del principio universal
ya no cabe tanto humano deshumano descosido
sólo cabe algún grito y las ganas de llorar.

Ya no caben más personas en un planeta finito
ya no caben tantos egos a los que haya que saciar
ya no caben tantas mentiras ocultas en los océanos
la basura de este mundo nos tiene que estallar.

Ya no caben más derrotas de este pueblo desunido
ya no caben más victorias del capitalismo universal
ya no caben más diputados de un mismo partido
la democracia es un concepto que se nos debió de olvidar.

Ya no caben tantas violaciones de nuestra madre sagrada
ya no caben tantos atentados contra nuestra dignidad
ya no queda más tiempo para evitar el descalabro
la revolución o es ahora o ya nunca será.

Ya no caben más corazones en ediciones de bolsillo
ya no caben más cerebros que no miran más allá
ya no caben tantos nudos enquistados en la garganta
ya no caben más suspiros
ya no cabe nada más.

viernes, 4 de noviembre de 2011

El color añil

Caminaba cogida de la mano de la abuela a través del largo pasillo que desembocaba en la puerta de la habitación. Me gustaba ir a aquella casa y atravesar la calle como si fuese una sutil linea de frontera para ver lo que había en la otra parte.
Las paredes pintadas de blanco y añil en el patio sombreado. Nada más. Solo el silencio de la intimidad de los vecinos cuyas ventanas asomaban al patio. Entramos despacito y titubeantes en la penumbra de la habitación.
La estancia estaba vacía y semi oscura. Había permanecido intacta desde que mis tíos con sus dos hijos la habían dejado para ir a trabajar como emigrantes a Alemania. Corrían los años 60, los primeros coches circulaban alegremente por las calles del barrio con los niños que exultaban por dar otra vuelta a la manzana, en el aire resonaban melancólicas canciones rock, y la Mari con su minifalda roja y su larga trenza rubia como el trigo, lanzaba con potencia su inseparable diábolo hasta perderlo en el infinito azul del cielo, para luego recogerlo invariablemente entre sus cuerdas.
Apenas mis ojos tuvieron el tiempo de adaptarse a la oscuridad, entreví un piano en medio de la habitación. Los titos habían dejado solamente objetos. Quedaba allí una caja de lata llena de trastos, la muñeca de cartón que sacaba la lengua, diademas y pulseras de carey, algún pintalabios rojo, y un paquete de chicles americanos.
Me senté en la banqueta del piano y comencé a acariciar tímidamente las luminosas teclas blancas y negras. Estaba emocionada, entusiasmada y curiosa ante aquella novedad. No había visto nunca antes un piano y no sabía que mis tíos tuvieran uno. ¡Era precioso! ¿Por qué nadie me lo había dicho?
La abuela permanecía de pie, con las manos apoyadas en la cintura mirándome algo severa. Su pie derecho marcaba el ritmo nerviosamente sobre el pavimento, con impaciencia por salir de allí.
 Tenemos que irnos- me dijo.
 No, por favor, abuela... permíteme estar un poquito más. Vete tú, si quieres, y déjame sola. ¡Ya soy grande!
 Está bien- contestó- Te dejaré aquí hasta que yo vuelva. Tengo que ir a la tienda de Camilo a comprar un poco de mortadela y de chocolate para la merienda. Pero con una condición: No debes tocar el piano durante mi ausencia bajo ningún concepto. ¿Me lo prometes?
Asentí con la cabeza.
Cómo muchas de las promesas que se hacen, ésta tampoco sería cumplida.
La puerta se cerró y ella salió. Una vibración de efervescente entusiasmo me recorrió de los pies a la cabeza. Era la emoción de lo desconocido, la transgresión y la liberación danzaban juntas dentro de mí. Permanecí sola, sentada delante de aquel misterioso piano. Me sentía poderosa. No sabía tocar pero poco me importaba.
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do...si, la sol, fa, mi, re, do...
Empecé a tocar repetidamente la misma secuencia en el teclado, una y otra vez.
Repetí tantas veces las mismas notas musicales, que empezaron a fluir como flotando en mi cabeza. Una extraña somnolencia me obligó a cerrar los ojos por un momento. Al abrirlos ya no me encontraba frente al piano.
Ante mis ojos, se abría un larguísimo y estrecho pasillo conformado por puertecillas negras y blancas. Con la mirada seguí el recorrido del pasillo que se hacía siempre más y más angosto hasta convertirse en un punto lejano. Una sensación angustiosa me invadió. No me pregunté dónde me encontraba porque no tardé mucho en entenderlo. Estaba dentro del piano.
No sabía porqué me podía encontrar allí dentro, pero tampoco tenía tiempo de hacer suposiciones. Lo realmente importante en aquel momento, era encontrar una manera para salir fuera. Empecé entonces a caminar nerviosamente por el pasillo como un animal en cautividad mientras las gotas de sudor descendían por mi frente.
Sabía perfectamente que necesitaba calmarme, y tras un profundo suspiro me dirigí hacia una de las puertecitas que se encontraba frente a mi. No dudé en abrirla, pero no lo conseguí. Entonces, empecé a probar con otra y otra más sin obtener ningún resultado. Ninguna de las puertecillas se abría, y la confusión aumentaba.
Me senté exhausta con la cabeza entre mis manos; las lágrimas caían en vertical sobre el pavimento...
Cuando me levanté, algo, como una presencia que provenía de mi lado derecho me llamó la atención. Entonces lo vi. Era un duendecillo, diminuto y extravagante, llevaba un sombrero puntiagudo que se elevaba hacia arriba para luego caer doblado hacia abajo.
 ¿Quieres salir del piano?- me preguntó
 Si, por favor- respondí- estoy preocupada. No puedo ni quiero estar aquí dentro durante tanto tiempo. ¿Qué puedo hacer?
El duendecillo me alargó un manojo de llaves que colgaban de un enorme anillo de hierro.
 Toma éstas llaves me dijo. Cuando encuentres la llave que abra una de las puertecitas serás libre.- Y se marchó sin decir nada más.

Deprisa deprisa, empecé a probar las llaves... una por una pero sin obtener ningún resultado. Las llaves eran tantas y las puertecillas también, así que las combinaciones debían ser infinitas... No obstante, no me desanimé y continué probando y probando, tenía que encontrar la llave que abriera la puerta justa, tenía que salir de allí, tenía que ser libre de nuevo y volver a casa.
Perdí la noción del tiempo, Estaba tan cansada de las inútiles tentativas, que una opresión en el pecho se apoderó de mi mientras respiraba agitada, sentía que me desmayaba.

Abrí los ojos con esfuerzo, el resplandor de una luz blanca e intensa me lo impedía. Era la luz de la mañana que entraba entre los visillos de la ventana. Mirando el techo empecé a reconocer lentamente todos los detalles de mi habitación mientras oía la voz de mi madre como un lejano y reconfortante eco. Empezaba a darme cuenta que había sido solo un sueño, una gran pesadilla .
Me sentía tan frustrada por no haber encontrado la solución que quería seguir soñando. Pero no podía.
Me levanté y tambaleando avancé hacia la voz. Mi madre estaba con la abuela ajetreada mientras trataba de impedir que la blanca nube de espuma desbordase de la lavadora. La abuela me miró con aire sorprendido.
 ¿Qué haces levantada tan temprano? No es propio de ti.
Enmudecí. Me dirigí al pequeño balcón que daba al jardín. Con la punta de los dedos cogí la hoja del limonero que tantas veces había abrazado. Sentí todo su perfume mientras me perdía en el color añil de cielo.

FIN

Autora: Amiga de Fátima que es de Sevilla pero vive en Italia y ganó un premio literario en italiano (yeah!)