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sábado, 9 de mayo de 2009

Pétrea

Otra terrible cuña le atravesó, de nuevo, el corazón. La herida, que no había terminado de cerrar, se reabrió con toda su intensidad. Fluía la sangre a raudales, pero, ni por un momento permitió que la más mínima gota asomase por sus ojos. Ya había curado demasiadas veces esa herida, las lagrimas emulando sangre, ya habían regado demasiadas veces su almohada, "¡ésta ha sido la última vez!, ¡si tengo que amputar para que deje de sangrar, amputaré!"

Dicho esto, decidida a no volver a dejarse llevar por ese órgano que tanto dolor le había causado, atravesó con la mano el maltrecho pecho, que Él tantas veces había acariciado y envuelta en sangre, la saco con el corazón en la mano. Con gran dolor lo tiró a la calle donde no tardaría en morir, y lo sustituyó por una piedra.

Todavía podía sentir, con un dolor imposible de describir, su corazón al otro lado de la acera, siendo pisoteado, sin piedad y, aun con una morbosa brutalidad, por los autómatas antropomorfos que corrían con prisa hacía ningún lugar. Las últimas horas de su corazón estuvieron envueltas en los agónicos gritos de clemencia que rogaba el moribundo órgano. En más de una ocasión, estuvo a punto de correr a socorrerlo y devolverlo al que antaño fue su trono, pero en seguida, una voz en su cabeza le recordaba todo el daño que le había causado y la convencía de que debía sufrir ahora el dolor de la expiación, para poder volver a su vida sin tan penoso lastre.

Cuando, con un último y desesperado grito, el corazón pereció, en su cabeza comenzó un autentico genocidio. Se purgó a todas las neuronas que contenían algún recuerdo de la dicha pasada. No hubo compasión ni posibilidad de redención. En asuntos tan importantes conviene ser cautos y no dejar ninguna posibilidad de disidencia. De tal magnitud fue el exterminio, que el humo de todas las neuronas que fueron incineradas, tardó meses en disiparse de su cabeza.

Cuando dudaba de lo que estaba haciendo, se decía, "Mano dura, si me tiembla el pulso estoy perdida, volveré a caer ante la tiranía del corazón, ante el despotismo de la nostalgia, ante el imperio del deseo… ¡El deseo! ¿Cómo acabar con el deseo? ¡Las manos! Las manos también son culpables, ellas tienen el recuerdo de Su cara, de todos los recovecos de Su cuerpo. Mis huellas dactilares no son más que la raíz de Su cuerpo. A Él quieren volver. No lo puedo permitir, serán ejecutadas por traición al nuevo régimen", pero antes, con ellas se abrió el vientre, que como todo el mundo sabe, es la fuente del deseo y una a una se sacó sus entrañas que fueron a correr la misma suerte que el corazón.

Por último, tal como había decidido, se cortó las manos.
Se endureció la piel, se cerró todos los poros para evitar que ningún sentimiento consiguiese atravesar el férreo muro que era ahora su piel. También su nariz fue declarada culpable y para evitar que Su esencia pudiese penetrarla, se la arranco entera.

Cuando terminó de fortalecer su cuerpo y su alma, para que nada del mundo pudiese trocar su estabilidad, de ella solo quedo una piedra. El miedo a otra herida le había transformado en una piedra, con la piel impenetrable, las neuronas rígidas y encuadradas de acuerdo con la ley marcial y en su núcleo, en lugar del corazón, otra piedra.



NACHO HIDALGO

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