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jueves, 22 de enero de 2009

Poesía, divino tesoro

Tú, que apareces silenciosa en el ruidoso quehacer.
Tú, que me zarandeas en la mejor de las locuras,
la locura de ser.

Yo, que turbado
veo la armonía de tu gesto,
me abandono a tu manto
ese remolino de remanso.

Juguemos enajenados en el patio de las fantasías.
Brindemos risueños por la derrota de la apatía.

Pero no me abandones a la corriente inquisidora,
a los rostros sin expresión que congelan la ilusión.

No me dejes perdido a la deriva del dios dinero,
que antes prefiero
el rebuscar inquieto por tus bellos vertederos.
Olvidados, sí.
Raros, sí.
Pero auténticos y ciertos.

Déjame oír tu dulce acordeón
que mueve las palabras
y en melodía convierte su unión.

Déjame recordar lo bonito de este cuento,
la magia escondida
entre vidas de vagón.

Poesía, divino tesoro,
un alma te ha reencontrado
y ha recuperado la visión.

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