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jueves, 22 de enero de 2009

El silencio del otoño

Un ocaso de tarde de otoño
solo en el parque,
sentado en un banco
oxidado por el luto de la noche,
pintado con las lágrimas
que no quiso secar nadie …
solo en aquel parque
silbando silencios,
oliendo llorar robles,
encinas, abetos …
solo en aquella noche
teñida de penumbra,
tan solo iluminado
por un par de estrellas,
las dos únicas que pactaron brillar por la luna
el día que ella no pudiera hacernos dormir,
porque su luz no nos pudiese arropar,
porque su luz no nos meciera en la cuna.
Solo en la vida, como quien dice
solo en el parque,
como quien cuelga sus años vacíos
en las caducas copas de los árboles,
solo, como quien quema sus sueños,
impotente,
viendo cómo asesina vilmente el viento,
escuchando los gritos sin voz
que desgarran las hojas
al impactar con el suelo,
observando la infinita fosa común
que convierte aceras y parques
en concentrados cementerios,
donde yacen las hojas inertes
ejecutadas bajo el mandato del tiempo;
solo,
sin poder hacer nada
salvo recordar lo que ya fueron,
viendo cómo descienden, cómo resbalan,
cómo sollozan las hojas,
viendo cómo caen, cómo sufren,
cómo mueren… en silencio,
como los años que tiramos sin sentir al estar solos,
como los años que no vivimos y sí tenemos,
como los años que se divorcian de nuestros sueños
y son abandonados en la soledad del olvido,
en el otoño de nuestros miedos,
donde descienden las hojas,
donde caen nuestros años,
donde se muere en silencio.

ALBERTO GUERRA

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