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lunes, 22 de noviembre de 2010

El Cuervo

Ya no solo es que Pedro Orillas Esteban fuese incapaz de recordar nada de los ultimos días, es que ni siquiera sabía dónde se encontraba. Se despertó en el suelo con un fuerte dolor en el pecho y con la palabra cuervo repitiéndose una y otra vez en su mente. Se levantó y preguntó a un viandante dónde estaba,

- ¿No se acuerda usted de nada? No se preocupe es normal, la memoria le volverá con el tiempo.

Y siguió andando. Pedro no entendía nada y, tras abandonarse unos segundos a la confusión, decidió preguntar a una mujer, que paseaba sin prisa, por la estación de metro más cercana,

- ¿El metro? Usted anda realmente perdido ¿eh? - sonrió la señora – anda, le ayudaré a hacer memoria, ¿qué es lo último que recuerda?


Pedro se esforzó en hacer memoria y recordó levantarse de la cama, ducharse tomarse el café, prepararse para ir al trabajo,la rutina de cada día... sin embargo no recordaba haber ido al trabajo, y así se lo dijo a la señora.

- ¿Algo le debió ocurrir al salir a trabajar, no tiene ninguna imagen borrosa, una pista o algo sobre lo que le ocurrió?

- No, no logro recordar nada más, bueno, cuervo, no logro borrar de mi cabeza la palabra cuervo, es como una obsesión.


- Bueno, usted no se preocupe, llamaré a los agentes a ver si pueden hacer algo.

Cogió el movil de su bolso, habló durante unos minutos y colgó.

- Esperemos aquí un rato que me han dicho que están al llegar -Le tranquilizó la señora.


En menos de cinco minutos paró frente a ellos un coche negro y se bajaron de él dos tipos trajeados con pinta de guardaespaldas.

- Buenos días, ¿por quién nos han llamado? -preguntó uno


- Buenos días agentes, es este señor de aquí, padece una amnesia atípica, pensé que quizá pudiesen ayudarle.

¿Cómo que atípica, acaso eran comunes el resto de amnesias? pensó Pedro, pero como se sentía como si estuviesen hablando de otra persona no dijo nada.

- Bien, Sr. Orillas, ¿verdad?, ¿me puede contar qué es lo ultimo que recuerda?

La señora respondió por él con lo que le había contado y los hombres ni se inmutaron.

- ¿No recuerda usted el cuervo que se estrelló frente a su casa?


De pronto la imagen se le presentó nítida e imborrable, como si aún lo estuviese viendo, frente a su portal, el cuervo inmóvil, en el suelo, desangrándose bajo el ala y mirándole fijamente con sus negros ojos inertes, sin embargo Pedro negó para ver a donde le llevaban los "agentes".

- Bueno, pues usted salió de su casa el 17 de noviembre a las 8:27 de la mañana y un cuervo cayó muerto frente a sus pies. Por razones que desconocemos, a usted le causó una fuerte impresión. Se quedo inmóvil mirando al pájaro tres minutos y catorce segundos, después cayó en la cuenta de que llegaba tarde al trabajo y corrió a coger el autobús. Llegó obviamente tarde al trabajo y su jefe, el señor Pérez, le humilló públicamente delante del resto de empleados


- ¿Es necesario dar tal lujo de detalles? - interrumpió Pedro visiblemente avergonzado

- No podemos saber que detalles pueden actuar como detonantes de su anamnesis, así que si nos permite, proseguiremos con el proceso. -Respondió con ese deje cortante de superioridad que muestran a menudo las autoridades – El señor Pérez, como decía, le humilló delante de todos los empleados – Repitió con intención – y usted comenzó de mala gana su trabajo. A la hora de comer, había usted vendido tres coches y se dirigió al restaurante de la calle Fuencarral donde come todos los días. Usted había olvidado ya el incidente del cuervo, pero al cruzar la Gran Vía, con el semáforo en verde para usted, casi es arrollado por un Seat Ibiza negro que atravesó indebidamente el paso de cebra. Tras increpar al conductor y blasfemar hasta que sus niveles de adrenalina volviesen a sus niveles naturales, fue a comer y, pensando en lo sucedido, relacionó, suponemos que por el color, el coche con el cuervo, llegando, pese a sus esfuerzos de desecharla como mera superstición, a la conclusión de que lo del cuervo era un augurio de muerte. Comió macarrones y un filete de ternera, y pidió un café solo, que no se llego a tomar, autoconvenciéndose de que le había dejado de apetecer, aunque es más probable que fuese por su color. Volvió al trabajo a las 14:57, mirando varias veces a los lados de la calle antes de cruzar y cambiándose de acera una vez para evitar cruzarse con un gato negro en la Carrera de San Jerónimo. Durante la tarde, se encontraba nervioso y no vendió ningún coche. Decidió volver a casa andando pensando que así se tranquilizaría y olvidaría las “paranoicas” preocupaciones que le acechaban. Además quería aprovechar para hacer compra (…)

A medida que hablaba el agente, Pedro iba recordando, pensó en la asfixiante angustia que le embargaba el alma, el terror que le paralizaba con cada movimiento brusco, y también, pensaba ahora fríamente lo ridículo del motivo.


- Mientras volvía usted a su casa, decidió parar en el cajero que se encuentra a la altura de Preciados, y teniendo ya la tarjeta fuera de la cartera cambió de opinión al ver acercarse por esa acera a un senegalés negro como el tizón. Usted se dijo que sería mejor pagar con tarjeta para conseguir puntos en el sorteo que hacía en ese momento su banco, pero como usted comprenderá, no era más que otra más que un intento de racionalización de su conducta (…)


El agente siguió hablando con su irritante tono de funcionario omnisciente de como, donde y cuando hizo la compra, como volvió a su casa dando un rodeo para evitar las calles Cóndor y Águila real y como se lo justificó. Pedro les interrumpió para preguntarles indignados como sabían todo aquello, a lo que el agente que hablaba menos le respondió con un escueto “ya llegaremos a eso”. Después el otro prosiguió hablando de lo que cenó, de sus intentos por ridiculizar sus temores y Pedro iba rememorando con más y más detalle el miedo que le atenazaba.

- En ningún momento apagó usted la luz de su casa y se mantuvo despierto y atacado de los nervios con cada pequeño ruido que escuchase toda la noche (…)


Prosiguió el agente contando como se desarrollo los dos días siguientes, como acudía completamente insomne a trabajar, cerraba con pestillo la puerta de su casa al entrar y al salir...

- (…) y a la tercera noche sin dormir, cuando usted abrió la ventana para ventilar su casa de la densa humareda de tabaco, se metió en su casa un murciélago


- Ya recuerdo, creo – Dijo Pedro, que se sentía intimidado por los agentes y lo único que quería era ir a su casa, tomarse un iburprofeno para el persistente dolor de pecho que sentía y ver un rato la tele- entonces debí de salír de la casa asustado corriendo sin rumbo y caer dormido aquí a causa del cansancio ¿no? Bien, no se preocupen ustedes que probablemente todo se debiese a la falta de sueño, ya estoy curado de esos ataques paranoides y solo quiero volver a mi vida normal.

- Eso no va a ser posible – dijo, tras un largo e incomodo silencio el agente que hablaba menos, y se miraron los dos, sin saber cómo decirle que había muerto aquella noche por un infarto de miocardio...

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