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martes, 8 de diciembre de 2009

Every time we say Coltrane

Cada vez que decimos adiós
se añade un silencio en el pentagrama.

Cada vez que nos despedimos para siempre
se enciende una luz, escondida en una habitación de un octavo piso sin ascensor.

Cada vez que se ve partir el contacto que una vez consiguió aunar los minutos y darles un desorden extremadamente poco vulgar, se enciende el tocadiscos y me lleva a las teclas blancas, negras, juntas de un piano, al deslizamiento de los trombones sobre la melodía de los bares, a los baños de carretera.

Cada vez que decimos adiós
se añaden cuatro notas en otro pentagrama.

Cada beso de distanciamiento
despide el aroma que el jazz puso en las entrañas de la música.

Cada vez que decimos adiós
nos cambiamos de gabardina y salimos a las noches de faros de auto,
de nieve en las alcantarillas, de tiendas de antigüedades sin precio,
de callejones tan estrechos que cambian de estación a voluntad.

Cada vez que la piel se enfría
las hogueras de papeles aparecen por las esquinas ardiendo entrecortadas y recogemos llamas en nuestros bolsillos para crear una historia tibia en unos años.

Cada vez que decimos adiós
rompemos un pentagrama.

Los octavos pisos están a reventar de gente. Gente que se cae, gente que inventa otra bombilla que encender, gente que cierra por fuera y no vuelve a pisar la ciudad, gente que echa de menos su propia despedida, gente que no vuelve a pensar en música por miedo a las partituras rotas.

Every time we say goodbye.

-Gon-

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