Próximos recitales

ninguno programado

jueves, 26 de noviembre de 2009

Paredes de papel

Me congratulo en presentar este precioso cuento (junto a su genial escritora) titulado Paredes de papel. He modificado levemente el relato con alguna coma aquí y allá, todo de forma filológica y sin alterar en absoluto este cotidiano e íntimo relato tan fantásticamnete escrito por su autora. (Espero, Inés, que no te ofendas por ello).
Inés es una nueva amiga (podreis verla en persona aquellos que vengan el viernes al Mareas) que conocí gracias a Jone, pues comparten estudios (Ingeniería Aeronaútica) y procedencia (Vizcaya). Nacida hace veintidos años en Yodio, cuna de la célebre escritora Espido Freire, Inés nos mete de lleno, con este relato, en los miedos, esperanzas e ilusiones de una joven que viene a Madrid a estudiar dejando a su novio en el País Vasco. Utilizando el monólogo interior como motor de la historia ,al estilo de escritores tan ilustres como Virginia Woolf o James Joyce, vamos saltando de recuerdo en recuerdo,vamos conociendo un poco más a la protagonista de la historia al mismo tiempo que se va conociendo ella misma, que va comprendiendo su vida, "aconsejada" por unos vecinos sin cuerpo pero con voces.
Espero que os guste. (Por si quereis saber más de Inés, próximamente colgaré un link de su blog, donde cuelga sus fotos e impresiones literarias).


www.flickr.com/y_despues
(este es su blog) asi q kien kiera saber más de inés....





Él me regaló esta máquina de escribir. Cuándo desenvolví el regalo y vio cómo me emocionaba dijo:

-Tú querías escribir cuentos, ¿no?

Han pasado ya unos meses desde la primera hoja de papel que pusimos sobre la máquina y, sentada en sus piernas, a cuatro manos, escribíamos nuestros nombres y algunas frases sin sentido. La tinta de la máquina se ha secado. En el fondo del cajón guardo la lista de miedos que hice un día antes de venir a vivir a Madrid. Hablamos cada noche, hablar con él se ha convertido en un juego autodestructivo; las normas del juego consisten en hacer ver al otro lo mal que se encuentra y lo culpable que es el otro jugador de las penas de uno mismo. Esta noche yo he perdido. ¿Hago como Neruda y "sonrío radiosa si su boca me hiere"? He decidido meterme en la cama y llevar a cabo los ejercicios de relajación que leí en una revista. Después de unos minutos me rindo, conmigo debe ser que no funciona.

Mi habitación, que se encuentra en un extremo del apartamento, hace pared con el salón de mi vecino de al lado. Su despertador me despierta a las 8 de la mañana todos los días, también escucho como su perro araña la pared y las noches en las que juega el Atlético de Madrid, me quedo dormitando en el salón. Este primer mes que llevo en el nuevo apartamento apenas le he oído hablar, por lo que supongo que vive solo. Esta noche, sin embargo, ha debido de organizar algún tipo de cena con dos personas más y decido combatir mi insomnio mezclándome silenciosamente en la conversación al otro lado de la pared. Deben de haber descorchado más de una botella de vino porque en sus voces noto la dificultad de articular alguna palabra. Descubro que son compañeros de trabajo y que a causa de la crisis, la empresa de electricidad donde trabajaban ha decidido hacer recorte de personal y les han mandado a la calle. En algún momento brindan por ello. La conversación empieza a girar en torno a lo personal y mi vecino se empieza a lamentar por todo lo que le viene encima: no tiene agua caliente, le han quitado la furgoneta, debe un montón de dinero por algunas multas y su novia brasileña lo tiene muy difícil para venir al país. Poco a poco la conversación se apaga y yo me quedo dormida.

Jon y yo seguimos con nuestros rituales nocturnos. Me cuenta lo mal que lo pasa en la empresa de su padre donde ha empezado a trabajar.

-No sabes lo mal que lo paso, mis compañeros me miran con recelo por ser el hijo del jefe... y además a mí esto no me gusta. Yo lo que quiero es tener un grupo y…
-¡Ya estamos Jon! ¡Pero si tú no sabes ni tapar los agujeros de una flauta!
-Joder, siempre igual, ¿podrías animarme un poco, no?
-¿Animarte? Yo te digo la verdad, y ¿quién me anima a mí?
-Eres una egoísta. Venga, duerme bien.

Cuando me cuelga de esta manera me dan ganas de tirar el teléfono por la ventana. Pienso en mi vecino (del que me doy cuenta que no sé su nombre) y pienso en cómo él puede ser oyente de mis conversaciones. De repente, se oye al otro lado de la pared el sonido del teléfono. Al cabo de un rato me doy cuenta de que no es un teléfono, debe de estar manteniendo una videoconferencia con su novia desde Brasil. Apenas puedo entenderla bien, la distorsión de los altavoces y su acento me lo ponen difícil; sin embargo, a mi vecino le escucho perfectamente y descubro en él un carácter dulce y cariñoso. Echa mucho de menos a Carol, se lo dice constantemente.

Empiezo a recordar la conversación con Jon y pienso en lo mucho que echo de menos que se muestre cariñoso conmigo, apenas dice que me quiere. Ella le ha debido de pedir algo de dinero porque mi vecino le dice bastante derrumbado que sólo le puede mandar veinte euros. Le empiezo a notar nervioso, le dice bastante bruscamente que él sabe de gente que se mete en los barcos de ricos jubilados aventureros y, a cambio de ayudarles en el barco, cruzan el charco "¡Que vayas al puerto, Carol! Joder, que ya no aguanto más, que necesito verte ya…"
El ordenador se apaga, yo cierro los ojos.

Me despierto con el sonido del despertador de mi vecino y fantaseo con la idea de que siguiésemos movimientos simétricos con respecto a la pared que nos separa. Ambos, mientras nos vestimos uno de espaldas al otro, pensamos en la tristeza que nos produce querer a alguien en la distancia. A lo largo del día pienso en Carol, ¿cómo hará ella para que mi vecino le muestre esa debilidad? ¿Qué tendría que hacer yo?

Llega la noche y Jon parece que no me llama, pienso en que la distancia que nos separa tiende asintóticamente al infinito y esto me ahoga. Me doy cuenta de que aunque haya momentos en los que puedo estar alegre, mantengo con la felicidad una relación que me recuerda a los experimentos que hacía de pequeña con el mercurio del termómetro; lo tocaba con los dedos y cuando lo agarraba se escurría gelatinoso alejándose de mí.

Zambullida en la melancolía, la voz de mi vecino se enciende y yo me meto en la cama a escucharle, sus conversaciones se han convertido en las nanas que nunca escuché siendo pequeña. Parece que la impaciencia de mi vecino por ver a Carol ha llegado al límite, tramita con ella por teléfono la compra de un billete de avión para el día siguiente. Me alegro mucho por él, es lo que necesita. Yo necesito a Jon y sin embargo no hago nada por saciarme. Decido coger el teléfono y llamarle, al ver que no me coge, le escribo un mensaje: Tengo muchas ganas de verte.

La llegada de Carol se ha hecho notable en el vecindario. Fanática de la samba, riega de ritmo la escalera y su ropa interior da un toque de color al tendedero común. La silenciosa casa de mi vecino se ha convertido en una continua pista de baile, la música suena a todas horas e imagino a Carol haciendo las tareas de casa moviéndose al ritmo de Celia Cruz. Quizá quiera ser bailarina y pruebe suerte aquí. Suena el timbre de casa y me apresuro a abrir la puerta.

-Hola, soy Julio, tu vecino de al lado. Creo que esto es vuestro.

Me paralizo y balbuceo un “gracias” que me sonroja. Me muestra el pase de metro de mi compañera de piso que, con las prisas, ha debido de perder en el pasillo de la escalera. Quizá él espera algún tipo de presentación que yo esquivo por miedo a que con mis palabras delate la cercanía que su voz me provoca. Su perro empieza a ladrarme, yo le sonrío y cierro la puerta. El sonido de su puerta hace eco del mío e imagino a Julio agarrando por la cintura a Carol mientras oigo cómo le dice:

-He ido a María Pandora a preguntar, dicen que están buscando gente y que si quieres pases el lunes a preguntar.

María Pandora es una local cercano dónde seguramente esté pensando en trabajar como camarera. Aún así yo estoy convencida de que Julio ha ido a buscarle trabajo como bailarina en alguno de los espectáculos que suelen organizar. Julio confía en el talento de Carol.

La relación de simetría con la que me siento unida a mi vecino empieza a distorsionarse y veo en Julio cualidades que envidio y quiero adoptar. Entiendo estas cualidades como el secreto de que se les oiga tan felices.

Jon, en alguna ocasión, me ha confesado su deseo de dedicarse a la música, pero apenas sabe leer un pentagrama. Debo reconocer que siempre que saca el tema me muestro muy crítica con su faceta artística, no con el fin de ridiculizarle, sino pensando en que podría llevarse una gran desilusión si no le saliese bien.

La música de Carol y Julio empieza a sonar cada vez más alto y el sentimiento de culpa empieza a apoderarse de mí. Jon siente que no puede contar conmigo. Decido coger el bolso y salir de casa. Cruzo la calle Bailén hasta llegar a la Plaza de Oriente. El sonido de los acordeones que durante los últimos días sonaban desafinados, me va marcando el ritmo hasta llegar a una tienda de música en frente del Teatro Real. Echo una ojeada a los artículos de la tienda buscando alguno que me llame la atención. Entre brillantes saxofones y elegantes violines veo un expositor con triángulos. Me quedo mirando y pregunto al dependiente por el precio.

-Está bien. Me llevo uno.

Con el triángulo en el bolso me acerco a la oficina de envío de paquetería de la calle Arenal y en un sobre acolchado escribo la dirección de Jon. Sin soltar el bolígrafo, le pido por favor al hombre que me atiende un trozo de papel.

Y tú querías ser músico, ¿no?


INES

5 comentarios:

  1. esta muy bien escrito. se muestra la faceta ingenieril de la autora,jaja: la distancia q tiende asintoticamente acia el infinito (bonita metafora) o la simetria de las 2 personas respecto a la pared.me ha gustado.

    ResponderEliminar
  2. MUY BUENO,
    además Inés tienes un nombre precioso jeje, como mi sobrina

    ResponderEliminar
  3. www.flickr.com/y_despues

    el blog d ines, xa kien kiera ver fotitos xulas...

    ResponderEliminar