Próximos recitales

ninguno programado

viernes, 10 de diciembre de 2010

Merecimientos, castigos, honores y otros entes oníricos

Dos hombres son soñados y se sueñan entre si, el asesino sueña con la lenta espera en prisión por el vil homicidio cometido mientras que el otro sueña con los honores que le esperan por los servicios a la patria. Y los dos sueñan con el momento unico en que se sellaron ambos destinos, el veinte de enero:

El Palacio Presidencial completamente sitiado, las calles de la capital enmudecidas de miedo y espera, los altavoces golpistas se mezclan con los susurros de los familiares en las cabezas de los ciudadanos. Es el momento crucial, aun no se sabe que sectores del ejercito se han unido al golpe y todo depende de la pronta rendición del Presidente. Los segundos pasan lentos frente al Palacio, el Comandante en Jefe telegrafía al sitiado gobernante prometiendo "salvar su vida, el exilio y evitar inutiles derramamientos de sangre" si se entrega a la nueva autoridad militar. El tiempo se para, tras una hora en la que pasan días para toda la ciudad, el Presidente sale solo, cabizbajo y derrotado del palacio, es arrestado y el Comandante en Jefe, incumpliendo su palabra, ordena a un teniente ejecutar al politico depuesto. En ese preciso momento se fragua el destino de los dos hombres. Un solo ruido de disparo camufla los dos homicidios en medio de la confusión reinante, el subordinado salda una cuenta pendiente y asesina a su tedioso superior en el mismo momento que el civico teniente cambia el curso de la historia y la bala destinada al presidente atraviesa el corazón del golpista. Los dos hombres son los unicos que mantienen la calma, el resto del ejercito se vuelve a los cuarteles desconcertados, algunos hombres salen a la calle a ver que ocurre, otros a festejar el triunfo de la democracia, la mayoria permanecen aterrados en sus casas impacientes de noticias...


Una sola voz acaba con ambos sueños. Una voz grave casi trascendente, a pesar de decir rutinariamente un "Es la hora". Se levantan simultaneamente. Es el momento de saldar las cuentas. A la misma hora y en la misma sala, y no por casualidad, uno será condecorado y elevado a la categoría de mito nacional, el otro sera ejecutado fríamente por el Estado de Derecho que salvó el primero. Presidente, Juez y verdugo oyen al unísono los pasos lentos y quejumbrosos de uno, los dignos y orgullosos del otro. Los multitudinarios asistentes al acto oyen los emotivos elogios que destina el presidente al hombre que yace muerto en el suelo, por acto del verdugo y orden del juez, con una resplandeciente medalla dorada en el pecho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario