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jueves, 4 de junio de 2009

La ventana

El sol abrazaba mi visión, calentando mi rostro, iluminando todo lo que mis ojos podían y no podían llegar a ver. Desde mi escondite, agazapado, solo, tenía una panorámica perfecta del campo de batalla.

El verdor que anteriormente lloviznaba en el paisaje había desaparecido, y tan solo breves retazos cetrinos se exiliaban, melancólicos, a los lados. Dos únicos pelotones de valientes árboles flanqueaban ahora el descampado, desvastado, casi en su totalidad, por la civilización del ladrillo y el cemento.

Justo delante de mí, un séquito de centinelas metalizados, de diversos colores y estilos, vigilaban de forma impasible, con sus cuatro ruedas estáticas en el polvo de la arena mortecina.

Por encima de ellos, una hilera de prisioneros esqueléticos, con sus troncos finos y su cabellera verdosa apenas poblada, recordaban, a cualquier espectador, la cruel victoria de los hombres frente a la naturaleza.

Al fondo, desgarrando el despejado cielo luminoso, una gran mole, artificial y altisonante, se erguía ante el paisaje mostrando su supremacía. Esa horrible fortaleza era nuestro objetivo. La base de operaciones donde se proyectaba qué zona de la naturaleza sería la próxima en atacar, qué camino, canal o puerto se colocaría en aquel lugar donde el color verde dejaría de existir para siempre…

-¿Habéis terminado ya la descripción?

La dulce voz de la profesora de expresión escrita me transportó de nuevo a clase. Todos mis compañeros tenían una breve descripción del paisaje que veíamos desde la ventana del aula. Yo, en vez de mirar por allí, había mirado por la ventana de la fantasía.


ALBERTO GUERRA

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