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martes, 1 de marzo de 2011

Los Hijos de la Libertad

(A Madre Tierra)

Cuenta una “corriente esotérica” que la historia del planeta está escrita en una biblioteca que se oculta en una ciudad intraterrena. Y cuenta mi leyenda, que en el comienzo de los tiempos se produjo el gran encuentro que daría lugar a la vida: Madre Tierra y Padre Cielo unieron sus realidades en un lejano día de hace 4600 millones de años. Madre Tierra velaría por el bienestar físico de sus criaturas, mientras que Padre Cielo las observaría desde lo alto, procurando su despertar espiritual. Ambos seres tuvieron dos retoños: hija agua e hijo aire. La niña, el ojito derecho de su papá, se propuso fluir desde la Tierra hasta el cielo, en un ciclo ininterrumpido hasta el fin de los días, con la gracia y sutileza de cualquier mujer. Por su parte, el pequeño aire, surgió del aliento vital que emanaba de las grietas y oquedades de su madre, él quería ser el viento de los hombres, el viento del pueblo. Ambos, Hijos de la Libertad y por tanto del amor verdadero, supieron desde el primer instante que su destino era volar: cuando aire volaba se formaba el viento y cuando su hermana lo hacía surgían las olas. Con el paso del tiempo ellos también se hicieron mayores y conocieron a otras mágicas presencias, con las que tuvieron descendencia. Y fue en ese baile eterno de futuras generaciones, en la mezcla de diferentes caracteres y elementos, que nacieron las primeras especies que poblarían el planeta, constituidas de algo insólito. Sería de la fusión de vientos y estrellas, de la unión de ríos y montañas, que se formaría la estructura más perfecta hasta entonces concebida: la célula. La célula no tenía conciencia de sí misma, pero sabía que trabajaba para un fin mayor, el correcto funcionamiento del organismo en el que habitaba. Y miles y trillones de fusiones posteriores, se produjo el gran milagro: la aparición del ser humano. Este, que no era sino una célula del planeta con conciencia de sí misma, se cegó en la vanidad que le suponía ser consciente de su existencia y olvidó su origen. Olvidó que era una célula de un organismo mayor y que estaba interconectado con sus hermanos. No sería hasta los albores del siglo XXI, que algunos seres humanos recordaron su lugar en el cosmos. Recordaron el sentimiento de formar parte de un todo, su común unión con la vida, el universo y la anciana esfera que los cobijaba. Recordaron de tal manera, que llegaron a un concepto más amplio de sí mismos, trascendiendo los límites de su cuerpo y expandiendo su conciencia. Ellos eran los descendientes de Madre Tierra y Padre Cielo, eran los hijos de los Hijos de la Libertad y por tanto del amor verdadero, ellos eran, en definitiva, el resultado de la fusión de los ríos y las montañas, de la lluvia y del fuego.

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